Puede que alguna vez, hayamos mencionado el término «invierno nuclear», como consecuencia a algún grave suceso o fenómeno meteorológico. Por ejemplo, lo que se anticipa que podría pasar si entrara en erupción el supervolcán Campi Flegrei. Ese enfriamiento súbito que sufriría el planeta tendría grandes semejanzas a un invierno nuclear. Pero, ¿qué es realmente?
Éste tipo de invierno, es el concepto que comprende el período climático resultante que quedaría tras una guerra nuclear. Las consecuencias serían tan dramáticas, que se originaria un fenómeno denominado «cuello de botella». A groso modo se trata de la rápida desaparición de partes totales o parciales de una especie o población. Este suceso se traduce en lo que se llama «deriva genética» que además, anti intuitivamente, propicia la evolución de las especies. Se trata de un desenlace como reacción en cadena del que ninguna especie se salvaría, y por la que, incluso el ser humano, ha tenido que atravesar en su historia.
Las consecuencias del invierno nuclear
En síntesis, un invierno nuclear es el fenómeno climático resultante del uso indiscriminado de bombas nucleares. Ese enfriamiento global provendría de las enormes nubes de polvo que se levantarían hasta la estratosfera. Ésta zona, ubicada entre los 10 y 50 km de altura, se iría llenando del material que impediría el paso de luz solar. No sólo en una guerra con bombas atómicas, se deduce que además un supervolcán tendría ese mismo efecto por las enormes columnas de material emitido hacia las altas cotas.
A diferencia del invierno corriente que podemos conocer, éste provocaría una mermación de la entrada de luz solar. Para los seres vivos que realizan la fotosíntesis supondría la muerte total o parcial de las especies. Otra cosa que no se podría anticipar es que, aunque se sabe que sus efectos serían demoledores, esa nube de polvo podría permanecer en el cielo durante muchos meses. Cuántos más, más daño en los ecosistemas. A partir de la muerte de las plantas, vendría tras de sí, una ola de extinción siguiendo la cadena trófica. Tras las plantas, vendrían los herbívoros, y tras ellos los carnívoros. Es posible que dependiendo la magnitud y la zona, el propio aire irrespirable provocara que en regiones los animales murieran al instante. Según algunas teorías, éste fenómeno también ha sido usado como explicación a la extinción de los dinosaurios por un meteorito que provocó efectos similares.
¿Cómo ocurre un cuello de botella?
El «cuello de botella», es un término usado en biología para referirse a épocas pasadas donde a partir de una serie de acontecimientos, las poblaciones de las especies se han visto muy reducidas en número e incluso llegando a la extinción. Los motivos, han tendido a ir casi siempre acompañados de grandes cataclismos. De modo que cuando antes teníamos un número de población grande y con gran variabilidad genética, ahora es reducida y de escasa variabilidad.
Todo esto conduce a deducir que la menor variabilidad, conduce a una deriva genética, debido a la especiación y a la evolución adaptativa. En cada una de las épocas registradas, así ha sido. Los supervivientes de estos cataclismos, como el de los inviernos nucleares, aceleran su deriva genética y evolución, produciendo así nuevos tipos de especies. Los caracteres genéticos mayoritarios (o los más fuertes) tienden a estabilizarse y continuar, y los más débiles o minoritarios a extinguirse.
¿Cuándo lo vivió el ser humano?
Hace 75.000 años. Conocida como la catástrofe Toba, entró en erupción éste supervolcán encontrado en Indonesia. Actualmente es un lago debido al gran cráter. Se estima que la especie humana se redujo a unos pocos miles de personas. Además, coincide en ese mismo periodo un descenso variable de demás especies.
Aunque hemos hablado de volcanes, por su relación con los inviernos nucleares, los cuellos de botella son muy diferentes. Es decir, podrían no sólo ir desde efectos climáticos, sino hasta plagas o epidemias. Un ejemplo, la peste negra que se vivió en Europa Media. O más, como erupción, más hambruna y enfermedades cómo ocurrió en Islandia en por la erupción de Lake en el 1783.