Es un hecho que al nevar la sensación de frío disminuye. Lejos de ser sólo una mera sensación, es un hecho real, la temperatura aumenta, por eso no se tiene tanto frío, porque realmente no lo hace. ¿Cómo puede ocurrir si precisamente nieva cuándo hace frío? Vamos a poner primero un poco de perspectiva al asunto.
Cuándo el hielo o la nieve se derrite, hace falta que se añada calor al sistema. Es decir, el calor que se integra produce que suba la temperatura y el agua pase de estado sólido a líquido. Ahora bien, el proceso inverso, el de pasar agua de estado líquido a sólido, debe desprenderse calor del sistema. El «calor» de esa agua en estado líquido se desprende, dejando el agua en estado sólido. Por ende, el calor sobrante, debe desprenderse y salir del sistema, y es en ese momento que al hacerlo, aumenta la temperatura mientras está nevando. Esto es importante, sólo cuándo el proceso está ocurriendo, porque una vez liberado el calor y la nieve se detenga, el frío imperará, y es al parar de nevar que las temperaturas bajarán.
Contraintuitivo verdad? Viéndolo en más profundidad
Cuándo el ambiente se encuentra por debajo de los 0ºC, tenemos el umbral donde el agua puede empezar a congelarse. Pero, para formar un copo de nieve, la energía de calor que se desprende equivale a 80 calorías por cada uno. Al no quedar concentrado ese calor, éste se disipa con el resto del aire frío. Al ocurrir con millones de copos de nieve, provoca que exista un ascenso de temperaturas. ¿Curioso verdad?
Cuándo hace mucho frío, es más difícil que nieva si ya lo ha hecho además. Si existe un descenso importante de temperaturas, es más posible que se forme nieve, que proviene en gran parte del vapor de agua. Pero si ya ha nevado, el vapor de agua se ha convertido en nieve. Por lo que, cuándo hace mucho frío, el vapor de agua contenido en la atmósfera es, o muy bajo o prácticamente inexistente.