Esto es algo que los aficionados a la astronomía sabrán bien y además habrán notado. De hecho, es aplicable a cualquier época del año. Una noche despejada suele ir acompañada de un descenso en las temperaturas. Al contrario de lo que puede ocurrir desde primera hora del día, si tenemos nubosidad tendremos un ambiente más frío al que cuándo no hay nubosidad, que tendremos más calor.
A medida que anoche, los rayos de sol disminuyen, hasta que no llega más, y la procedente radiación infrarroja cesa. Si tenemos un cielo nuboso, la radiación queda atrapada, le va costando de salir y con ello el calor. Por el contrario, la ausencia de nubes, provoca una disipación de éste calor y de radiación, y al no tener barrera que la pueda almacenar, ésta va marchándose dejando una noche fría y a su vez un cielo tan nítido y estrellado.
El fenómeno durante el día y en el desierto
De igual forma, durante el día la formación de nubes impide que la radiación penetre a ras de suelo. Al «chocar» contra las nubes, no llegan a traspasar todos ellos. A esto también se le llama refracción, ya que la dirección del rayo cambia por traspasar un medio diferente del que proviene. Se llamaría reflejo, si al chocar rebotara y cambiara de sentido. Al no traspasarlos, ésta carencia de radiación hace disminuir la temperatura durante el día. Si en la noche esa nubosidad se perdiera, el descenso de temperaturas es más acusado.
Un ejemplo, contrario podríamos verlo en verano. Un día muy soleado, con un calor terrible, con una noche acompañada de nubes, provoca que el calor que se ha almacenado casi no pueda disiparse. Entonces tenemos una de esas tórridas noches en las que dormir se vuelve toda una odisea. Ese es el doble efecto de las nubes en los termómetros dependiendo la hora que estemos. Nubes de día es frío, en la noche es calor, ausencia de ellas en el día es calor, y en la noche fría.
Por eso además las altas temperaturas en el desierto durante el día, y esas gélidas noches. Al casi nunca haber nubes, produce esos altísimos contrastes.