Las condiciones de sequía persistente y olas de calor intensas están impulsando un aumento claro de los incendios forestales extremos en múltiples regiones del planeta, con impactos que afectan a la salud, la economía y los ecosistemas, y confirman que los incendios forestales serán más peligrosos y duraderos.
Un nuevo análisis internacional, desarrollado por equipos científicos de la Met Office, el UK Centre for Ecology & Hydrology, la Universidad de East Anglia y el ECMWF, detalla que el cambio climático está elevando la probabilidad y el tamaño de los grandes incendios, aun cuando se sigue evaluando el peso exacto de su contribución a los impactos observados, según estudios sobre causas, operativos y situación actual.
Qué dice el nuevo informe científico

El informe ha utilizado observaciones satelitales y modelos climáticos avanzados para identificar causas y patrones de los incendios durante la última temporada (marzo de 2024 a febrero de 2025), analizando tanto variables climáticas como el uso del suelo, y complementa los avances en modelos de alerta temprana.
En Estados Unidos, los incendios de enero en el área de Los Ángeles fueron, según los modelos, dos veces más probables y con una superficie quemada 25 veces mayor en el clima actual de lo que se habría esperado sin calentamiento de origen humano, un patrón coherente con estudios que apuntan a que los incendios forestales aumentarán en los próximos años.
En Sudamérica, los fuegos registrados en la región del Pantanal-Chiquitano alcanzaron tamaños 35 veces superiores a lo habitual, mientras que se observaron episodios sin precedentes en la Amazonía y el Congo, con un contexto meteorológico que favoreció su propagación.
Los autores subrayan que el calentamiento global ha incrementado la probabilidad de incendios en el sur de California al menos entre dos y tres veces, aunque advierten que aún es pronto para precisar en qué medida exacta el cambio climático explica los daños finales de cada incendio.
Impacto regional y cifras clave

La temporada 2024-2025 dejó un balance de 3,7 millones de kilómetros cuadrados arrasados por el fuego, una superficie mayor que la India; además, 100 millones de personas y bienes valorados en 215.000 millones de dólares estuvieron expuestos a los incendios, lo que refleja la severidad de los incendios forestales.
Las emisiones procedentes de los incendios superaron los 8.000 millones de toneladas de CO2, alrededor de un 10% por encima de la media desde 2003, impulsadas por episodios extraordinarios en América del Sur y Canadá; este último país encadenó un segundo año con más de 1.000 millones de toneladas emitidas, y los datos muestran cómo el humo de los incendios forestales altera la calidad del aire.
Bolivia registró su récord del siglo con 700 millones de toneladas de CO2 asociadas a incendios extremos, y se observaron totales inusualmente altos en varios estados de Brasil y Venezuela, así como en más de 20 estados de Guyana, Perú, Surinam y Ecuador. En el Pantanal brasileño y los bosques secos chiquitanos de Bolivia, las áreas quemadas triplicaron las habituales y las emisiones sextuplicaron la media.
En Los Ángeles, los incendios de enero causaron 30 fallecimientos, forzaron la evacuación de 150.000 personas, destruyeron al menos 11.500 viviendas y dejaron pérdidas económicas estimadas en 140.000 millones de dólares.
Otros impactos destacados incluyen víctimas mortales en varios países: Nepal (100), Sudáfrica (34), Costa de Marfil (23), Portugal (16), Turquía (15) y Canadá (2), reflejando la amplitud geográfica del problema y su fuerte coste humano.
Por qué arden más: clima, combustible y uso del suelo
El calentamiento no solo genera condiciones meteorológicas más propensas al fuego; también altera el ritmo de crecimiento de la vegetación, acumulando combustible que favorece incendios de rápida propagación cuando llegan episodios secos y cálidos.
Los análisis detectaron en California un periodo inusualmente húmedo durante 30 meses que impulsó el crecimiento de biomasa; al coincidir con condiciones muy secas y cálidas en enero, se dieron las “pistas” perfectas para incendios de gran magnitud.
En la Amazonía y el Congo, la sequedad anómala de bosques y humedales permitió que las llamas avanzaran con más velocidad y alcance, amplificando los daños ecológicos y las emisiones de carbono.
La gestión del territorio también pesa: la reducción de coberturas naturales, determinados cambios de uso del suelo y la deforestación pueden intensificar la continuidad del combustible y elevar el riesgo de incendios extremos en temporadas críticas, por lo que iniciativas para recuperar los bosques tras incendios resultan clave.
Qué piden los expertos y cómo prepararse
Los equipos científicos instan a los países a reducir con rapidez las emisiones de gases de efecto invernadero y a acelerar la adaptación a un mundo más cálido y propenso a incendios, con la mirada puesta en la COP30, y a impulsar políticas de prevención de incendios forestales.
Entre las medidas de mitigación y preparación figuran limitar la deforestación, aplicar quemas prescritas en zonas adecuadas, alejar edificaciones de áreas de alto riesgo, reforzar cortafuegos, restaurar humedales y mejorar los sistemas de alerta temprana y de detección, además de campañas para reducir incendios accidentales.
La comunidad científica recalca que aún estamos a tiempo de actuar para evitar una escalada de megaincendios, combinando la descarbonización con una mejor gestión del territorio y una planificación urbana y rural acorde al riesgo.
Los datos de esta temporada, con superficies arrasadas sin precedentes, fuertes emisiones y picos de peligrosidad ligados a sequías y calor extremo, consolidan la señal climática y la necesidad de políticas ambiciosas de prevención, adaptación y reducción de emisiones.