Qué fue el Último Máximo Glacial y cómo cambió el planeta

  • El Último Máximo Glacial situó el nivel del mar hasta unos 125-130 m por debajo del actual y fue el tramo más frío del Pleistoceno reciente.
  • Su cronología global abarca ~26.500 a ~20.000 años, con máximos regionales en sierras españolas en torno a 26.000 años.
  • La reconstrucción combina morrenas, espeleotemas y 580 dataciones de corales del IODP 325 para modelar la curva global.
  • El retroceso marino conectó continentes, facilitó migraciones y reconfiguró biomas, con un clima más frío y seco a escala planetaria.

paisajes del último máximo glacial

En los últimos compases de la era de hielo más reciente, nuestro planeta atravesó un periodo especialmente crudo en el que las grandes masas de hielo se expandieron como nunca en tiempos geológicos recientes. En ese contexto aparece el conocido Último Máximo Glacial, un intervalo en el que los casquetes alcanzaron su mayor extensión y el mundo se transformó de arriba abajo en clima, océanos y paisajes. Ese episodio marcó el punto más frío del pasado cercano, reconfigurando costas, conectando tierras hoy separadas por mares y condicionando la vida de especies, incluida la humana.

El término Último Máximo Glacial no es lo mismo que glaciación en general; refiere al periodo en que el hielo llegó más lejos y más grueso. Aun así, cuando hablamos de Europa central y occidental suele asociarse con la glaciación de Würm, la etapa glacial más reciente del Pleistoceno. La historia que contamos aquí se apoya en estudios geológicos, marinos y espeleológicos que han afinado las fechas clave, la magnitud de las variaciones del nivel del mar y los cambios ambientales que definieron aquel mundo más frío y más seco.

Qué fue el Último Máximo Glacial y la glaciación de Würm

La glaciación de Würm, la última gran etapa fría en los Alpes y su entorno, se desarrolló durante el Pleistoceno a lo largo de decenas de milenios. De forma aproximada, comenzó hace unos cien mil años y llegó a su fin entre quince mil y diez mil años antes del presente. El cénit de esa glaciación alpina se situó alrededor de hace dieciocho mil años, momento en el que el hielo dominaba una vasta franja del hemisferio norte.

Durante aquellos milenios, enormes mantos glaciares cubrieron el norte de América prácticamente de costa a costa, con la excepción de algunas áreas de Alaska, y avanzaron ampliamente por la Eurasia septentrional. En el hemisferio sur, la Antártida permaneció completamente helada, y el conjunto del planeta experimentó una caída de temperatura global del orden de varios grados con respecto a los valores actuales.

En ese marco amplio se inserta el Último Máximo Glacial, un intervalo que se define de forma global y que se sitúa, según la síntesis de numerosas evidencias, entre hace unos 26.500 años y, aproximadamente, hace 20.000 años. Fue el tramo en el que los casquetes continentales alcanzaron su extensión máxima, cubriendo grandes zonas de Europa, Asia y América del Norte, y dejando huellas inequívocas en el paisaje que aún se pueden rastrear.

Cronología afinada y máximos regionales en la península ibérica

La cronología del Último Máximo Glacial no fue uniforme en todas partes. A escala global, el pico de la mayor parte de los casquetes se ubica en torno a los 20.000 años antes del presente. Sin embargo, un trabajo liderado por la geóloga Jane Willenbring, de la Universidad de Pennsylvania, reveló que en las sierras de Béjar, Gredos y Guadarrama el máximo glaciar se produjo aproximadamente hace 26.000 años. Este desfase regional demuestra que los glaciares respondieron a condiciones locales además de a forzamientos globales.

Una de las pruebas de estos límites antiguos de los glaciares familiares en la cordillera Central española es la presencia de arcos y anillos de rocas y sedimentos que marcan los bordes alcanzados por el hielo en su momento de mayor avance. Estos cordones morrénicos actúan como auténticas líneas de costa del hielo, dibujando el contorno máximo de los paleoglaciares en aquellos valles de alta montaña.

Cómo se reconstruye un glaciar extinto

Para datar con precisión esos pulsos de avance y retroceso del hielo, los investigadores combinan varias técnicas. Por un lado, se usa datación cosmogénica en los depósitos glaciares que señalan los límites alcanzados por el hielo, es decir, en los sedimentos que el propio glaciar deja cuando se estabiliza o se retira. Esta técnica mide isótopos producidos por rayos cósmicos en la superficie de las rocas, permitiendo saber desde cuándo están expuestas y, por tanto, cuándo quedó al descubierto el terreno tras el retroceso del hielo.

Por otro lado, las cuevas cercanas aportan información climática muy valiosa. En el caso de la Sierra de Gredos, se analizó la relación de isótopos de oxígeno en dos espeleotemas de la cueva del Águila, situada a unos 10 kilómetros de la sierra. Los espeleotemas registran, capa a capa, señales de temperatura y precipitaciones del entorno donde se formaron, y su lectura se ha convertido en una herramienta clave para reconstruir climas del pasado.

La fortaleza de estas reconstrucciones reside en la síntesis de evidencias geomorfológicas e isotópicas. Al cruzar la extensión de los depósitos glaciares con los registros de las cuevas, se puede reconstruir no solo dónde estaba el hielo, sino en qué condiciones climáticas locales se produjo su crecimiento. En la cordillera Central se apunta a un tramo entre 29.000 y 25.000 años con aumento de precipitaciones dentro de un clima frío, posiblemente por un desplazamiento hacia el sur del Frente Polar del Atlántico Norte en respuesta a cambios de insolación ligados a parámetros orbitales.

El nivel del mar durante el máximo glacial

Las consecuencias del crecimiento de los casquetes no se limitaron a la superficie terrestre. La enorme cantidad de agua atrapada en el hielo redujo el volumen de los océanos, haciendo descender su nivel y dejando expuestas amplias plataformas continentales. Un estudio internacional con participación de la Universidad de Granada cuantificó con precisión esos cambios entre hace 30.000 y 17.000 años a partir de datos del fondo marino.

Los resultados, publicados en la revista Nature, muestran una secuencia de descensos en dos etapas. Primero, una caída abrupta de unos 40 metros hacia los 30.000 años antes del presente, seguida de una fase bastante estable; después, otra bajada de alrededor de 20 metros en torno a 22.000 años, alcanzando un mínimo global de aproximadamente entre menos 125 y menos 130 metros hace 20.500 años. A partir de ese punto, el nivel del mar inició una subida lenta, que se aceleró de forma marcada hace unos 17.000 años, para moderarse de nuevo hacia los 7.000 años y aproximarse gradualmente a los valores actuales.

Para llegar a esa cronología tan ajustada, el equipo estudió indicadores geomorfológicos y sedimentológicos del margen de la plataforma continental del Nordeste de Australia, aguas afuera de la Gran Barrera Arrecifal, complementados con paleontología marina. La clave estuvo en 34 sondeos perforados durante la Expedición 325 del International Ocean Discovery Program, con testigos extraídos entre 50 y 170 metros por debajo del nivel del mar actual.

Esos testigos están compuestos mayoritariamente por restos de corales constructores de arrecife y algas calcáreas, organismos que crecen a profundidades acotadas con respecto a la superficie del mar. Al datar de manera precisa esos fósiles se obtiene un registro escalonado de antiguos niveles marinos, que puede convertirse en una curva local y, tras los ajustes isostáticos pertinentes, en una reconstrucción global.

El equipo realizó cientos de dataciones radiométricas, alrededor de 580, empleando Carbono 14 y los isótopos Uranio/Torio. Con la posición paleo-batimétrica de cada comunidad coralina y su edad datada, se encadenó un registro detallado de variaciones. Esas curvas del Nordeste australiano permiten modelizar la señal global una vez corregidos los levantamientos y subsidencias de la corteza por la carga y descarga de hielo y agua oceánica.

Llamó la atención de los autores que los descensos bruscos detectados durante el Último Máximo Glacial no encajan del todo con los cambios graduales esperados a partir de insolación, concentración de CO2 y temperaturas superficiales tropicales. Esos tramos de caída acelerada apuntan a estados extremos del sistema climático en las transiciones entre climas fríos y cálidos, cuya dinámica aún se está desentrañando.

Perforaciones y evidencias visuales del margen australiano

La cartografía digital del fondo submarino del NE de Australia delimita con precisión las terrazas arrecifales escalonadas que sirvieron de escenarios para los sondeos de la Expedición 325. En las visualizaciones, series de barras rojas identificadas como M0052A a M0057A marcan la ubicación de algunos de los pozos perforados. Las escenas de cubierta a bordo del buque Greatship Maia muestran la extracción nocturna de testigos, mientras la torre de perforación domina el perfil del barco.

Al observar de cerca esos testigos, aparecen colonias fosilizadas de corales y tapetes de algas calcáreas, organismos cuya actividad bioconstructora queda fielmente ligada a un rango de profundidad que depende del nivel del mar. De ahí que su propia presencia, edad y posición vertical sean indicadores directos del antiguo nivel marino en el momento en que vivieron.

La síntesis del trabajo se ilustra habitualmente con una curva de nivel del mar global para los últimos 35.000 años, en la que la nueva reconstrucción aparece destacada frente a esquemas anteriores derivados de interpolaciones. El salto metodológico radica en pasar de puntos aislados a una secuencia densa y robusta, capaz de captar escalones y aceleraciones.

Un océano más bajo y continentes diferentes

Con tanto hielo acumulado en tierra, los mares quedaron más vacíos. La bajada del nivel del mar con respecto a la actualidad fue de alrededor de 120 metros en su mínimo global, una cifra coherente con los valores de menos 125 a menos 130 metros del estudio de referencia. Ese descenso desplazó las líneas de costa decenas e incluso cientos de kilómetros y dejó emergidos puentes terrestres entre tierras hoy separadas por agua.

En el extremo occidental del Pacífico, el retroceso del mar convirtió en una gran llanura a lo que hoy es un mosaico de islas del sudeste asiático, una región emergida conocida como Sundaland. Esa masa de tierra inspiró mitos y explicaciones sobre continentes perdidos y condicionó la biogeografía de fauna y flora en el área.

En latitudes más altas del norte, Asia y América quedaron conectadas por una amplia franja emergida en la actual ubicación del estrecho de Bering. Ese corredor permitió intercambios de fauna y, según las hipótesis más aceptadas, fue transitado por grupos humanos antiguos durante las grandes migraciones. También en Europa el mar retrocedió lo suficiente como para unir las islas británicas al continente, e incluso Irlanda quedó conectada a Gran Bretaña por los hielos y tierras emergidas.

Un ejemplo llamativo en el Pacífico noroeste fue la transformación del mar de Japón, que con niveles tan bajos se comportó como un lago y dispuso de conexiones terrestres con el continente. La geografía que hoy damos por sentada no existía en aquellos paisajes, regidos por costas más alejadas y plataformas emergidas.

Paisajes y climas del planeta durante la última edad de hielo

El mundo del Último Máximo Glacial no solo era más frío; también era más seco. Buena parte del agua dulce estaba retenida en el hielo continental, lo que reducía el ciclo hidrológico y llevaba a precipitaciones sensiblemente menores, aproximadamente la mitad que las actuales. Las temperaturas medias globales eran en torno a seis grados más bajas que hoy, acentuando la aridez y expandiendo ambientes abiertos.

El avance del frío y la sequedad impulsó la expansión de desiertos y la desaparición o encogimiento de ríos en muchas regiones. A escala continental, la mayor parte de Canadá y el norte de Europa se encontraban bajo capas de hielo de gran espesor. En Estados Unidos predominaban mosaicos de hielo, tundra y bosques nevados, mientras que zonas hoy desérticas como el Mojave albergaban entonces numerosos lagos interiores.

En África, la mitad meridional se organizaba en grandes extensiones de praderas, con el desierto imponiéndose en el norte; el Sahara ya existía en ese periodo. En Asia se combinaban desiertos tropicales hacia el oeste, ambientes de desierto alpino en sectores de China y dominios de pradera en áreas de la India. La distribución de biomas era distinta a la actual y seguía los dictados de un clima más frío y seco.

La megafauna dominaba muchos de esos paisajes. Mammuthus primigenius, mastodontes, castores gigantes y temibles felinos con dientes en forma de sable formaban parte del elenco. Gran parte de esa fauna desapareció hacia el final del Pleistoceno, coincidiendo con el calentamiento y cambios rápidos de hábitats.

Aunque la mayoría de los glaciares se retiraron y fundieron con la transición al Holoceno, perduran vestigios con memoria de aquel tiempo. En la península Antártica se han identificado glaciares que se remontan a esa época, testigos fríos de un mundo que ya no existe.

Factores que impulsan las edades de hielo

Las edades de hielo han sido objeto de estudio durante siglos y hoy se explican por la combinación de varios factores. Los niveles de dióxido de carbono atmosférico, las variaciones de la órbita terrestre y los cambios en la distribución de la energía solar recibida por la Tierra se entrelazan para reforzar o debilitar el frío. Entre los ciclos orbitales destaca la variación de la excentricidad en torno a 96.000 años, y se señala que el tirón gravitatorio de Júpiter puede alejar sutilmente a la Tierra del Sol, favoreciendo condiciones más frías.

A escala geológica más larga, también se invocan reorganizaciones de la circulación oceánica. De acuerdo con explicaciones de organismos oceanográficos, hace unos millones de años se cerró el paso tropical directo entre el Atlántico y el Pacífico por la formación del istmo de Panamá, lo que forzó el desvío de aguas cálidas hacia el norte. Ese transporte de calor adicional incrementó las nevadas en latitudes altas; la nieve acumulada impulsó la formación de glaciares y casquetes, aumentando el albedo y reforzando el enfriamiento.

Este tipo de bucles de retroalimentación ayudan a comprender por qué, una vez iniciado el enfriamiento, el sistema puede profundizar la senda fría hasta alcanzar estados como el del Último Máximo Glacial. El sistema climático no responde de forma lineal y homogénea, y los registros de nivel del mar y hielo muestran fases abruptas superpuestas a cambios graduales.

Conexiones, migraciones y biodiversidad

Reconstruir con precisión las curvas de nivel del mar no es solo un ejercicio académico. Conocer la cronología y la magnitud de las bajadas y subidas ayuda a entender cuándo estuvieron conectadas o aisladas islas y continentes. Esas conexiones temporales condicionaron rutas de expansión de especies y migraciones humanas, alterando la distribución genética y cultural.

De igual modo, las idas y venidas del mar reconfiguraron corredores ecológicos y barreras, con efectos en la biodiversidad regional. La desaparición de puentes terrestres con la subida del mar durante el Holoceno fragmentó poblaciones y favoreció endemismos, mientras que durante el máximo glacial el panorama era el contrario, con biotas más conectadas a través de franjas emergidas.

Recursos, referencias y notas

Una parte de la divulgación reciente sobre estas cuestiones se ha reeditado con fecha de redifusión 01 de julio de 2024, indicando expresamente su condición y poniendo el foco en la glaciación de Würm como la etapa fría más cercana en el tiempo. Alguno de esos materiales se distribuye bajo la licencia Reconocimiento No Comercial Compartir Igual 3.0 España, lo que facilita su circulación y reutilización con las debidas atribuciones.

Entre los trabajos que han afinado la curva de nivel del mar y la dinámica del Último Máximo Glacial destaca el artículo publicado en Nature bajo el título Rapid glaciation and a two step sea level plunge into the Last Glacial Maximum, firmado por Yusuke Yokoyama y un amplio equipo internacional en el que figura el catedrático Juan Carlos Braga. Este estudio documenta el descenso en dos etapas hasta el mínimo de unos menos 125 a menos 130 metros y la posterior subida escalonada hacia los valores actuales.

Para profundizar en la cronología, el contexto regional y las evidencias de campo, se puede consultar documentación técnica y divulgativa disponible en abierto. Hay materiales descargables en formato PDF con explicaciones sobre la última glaciación y síntesis de resultados de proyectos geológicos regionales.

En el ámbito institucional, la Universidad de Granada ha difundido la participación de sus especialistas en el análisis de esas variaciones del nivel del mar y su significado para la paleogeografía. Se realza la importancia de integrar geomorfología, sedimentología y paleontología del fondo marino con dataciones radiométricas de alta resolución.

Para consultas académicas y colaboraciones, el catedrático del Departamento de Estratigrafía y Paleontología de la UGR, Juan Carlos Braga Alarcón, figura como contacto. Teléfono de referencia 958242728 y correo electrónico jbraga@ugr.es constan en las comunicaciones asociadas al estudio.

Mirando hacia el pasado, la última sección del Pleistoceno coincide con la expansión de Homo sapiens por la mayor parte de la Tierra. A la escala geológica, el Pleistoceno vino precedido por el Plioceno y dio paso al Holoceno, periodo templado en el que seguimos hoy. El tránsito entre esos tiempos está impregnado por la retirada del hielo y el incremento del nivel del mar, procesos que redefinieron costas, climas y biotas.

Todo este conjunto de evidencias encaja en una historia coherente: un planeta que llevaba millones de años enfriándose, que vio cómo la combinación de forzamientos orbitales, gases de efecto invernadero y cambios oceánicos empujaba el sistema hacia un estado muy frío; unos casquetes que atraparon volúmenes gigantes de agua, abatieron el nivel del mar y conectaron tierras; y una salida de la edad de hielo marcada por fases de subida rápida del océano y reconfiguración de ecosistemas. Comprender los tiempos, magnitudes y ritmos del Último Máximo Glacial ilumina las respuestas del sistema climático ante perturbaciones naturales y ayuda a interpretar, con perspectiva, el presente y los futuros escenarios del nivel del mar.