En los últimos meses, los sistemas de seguimiento han confirmado reentradas casi diarias de satélites Starlink. Expertos en dinámica orbital apuntan a que ahora mismo descienden entre uno y dos aparatos cada día y que, a medida que crezca la constelación, esa cifra podría acercarse a cinco.
Las espectaculares estelas que se ven en el cielo responden a un plan de retirada controlada: estos satélites están concebidos para durar alrededor de cinco años y desintegrarse en la atmósfera al finalizar su servicio. La pauta, sin embargo, ha reavivado el debate sobre la seguridad, el tráfico en órbita y los posibles efectos ambientales.
Cuántos reentran y por qué

Fuentes de referencia en el seguimiento del espacio, como el astrofísico Jonathan McDowell, han documentado entre uno y dos Starlink que caen cada día en 2025. Con el aumento del número total de unidades en órbita, la previsión es que se alcancen ritmos medios cercanos a cinco reentradas diarias.
La razón principal es el ciclo de vida: los aparatos están programados para abandonar su órbita de forma controlada al cabo de unos cinco años, evitando que queden como basura espacial. Esa retirada planificada genera un goteo constante de reentradas visibles desde tierra.
A este factor se suma el estado del Sol. En periodos de alta actividad solar, la atmósfera superior se expande y aumenta la resistencia aerodinámica, lo que acorta la vida útil efectiva en órbita baja y acelera la caída de algunos satélites.
Hoy se rastrean decenas de miles de objetos en LEO, con miles de satélites activos y una porción muy relevante perteneciente a Starlink. El despliegue de nuevas constelaciones y las reposiciones previstas explican por qué las reentradas serán más frecuentes en los próximos años.
¿Hay peligro para la población?

En la inmensa mayoría de los casos, los Starlink se vaporizan en la atmósfera y lo que se observa son brillantes bolas de fuego inofensivas. De ahí que el riesgo para personas y bienes sea muy bajo, y los operadores diseñen sus naves para una desintegración casi total.
Existen, no obstante, incidentes aislados en los que pequeños fragmentos han llegado al suelo. En 2024 se informó de la recuperación de restos de aluminio de varios kilos en una zona rural de Canadá, un ejemplo poco común que ha llevado a refinar modelos y estimaciones de supervivencia de materiales.
La advertencia de varios expertos va en otra dirección: los reingresos no controlados de piezas espaciales ajenas a estas constelaciones —por ejemplo, elementos de cohetes— pueden representar una amenaza mayor. Hasta ahora la suerte ha acompañado, pero el incremento de objetos orbitando eleva la probabilidad de incidentes.
A ello se añade el reto del tráfico en órbita baja. Un entorno más congestionado aumenta el riesgo de colisiones y la generación de desechos, el conocido escenario de cascada o síndrome de Kessler, frente al que los operadores implementan maniobras de evasión y reglas de fin de vida.
Qué sabemos del impacto en la atmósfera

Grupos de investigación y agencias como la NOAA han detectado en la estratosfera partículas metálicas vinculadas a reentradas de satélites y etapas de cohetes, entre ellas nanopartículas de óxido de aluminio procedentes de la incineración de componentes.
Los científicos estudian si ese aporte de metales puede influir en procesos químicos que afectan a la capa de ozono o en el balance radiativo de la atmósfera al reflejar o absorber radiación solar. La magnitud real de estos efectos, por ahora, no está bien cuantificada.
Si el número de reentradas crece hasta varios eventos al día de forma sostenida, el flujo de partículas también aumentará y será clave medir su persistencia, su distribución y su interacción con otros compuestos en altura.
En paralelo, continúan proyectos de monitorización y modelización. Si se confirma un impacto significativo, podrían revisarse las estrategias de desecho y los materiales empleados, además de reforzar la coordinación internacional en mitigación.
Todo apunta a que veremos más caídas controladas de Starlink a simple vista, con un riesgo directo muy bajo para la población, mientras se refuerzan la vigilancia del tráfico espacial y las investigaciones sobre la atmósfera para que la conectividad global avance de forma segura y sostenible.