Olas de calor y mortalidad: qué está pasando y cómo nos afecta

  • Los picos de calor incrementan la mortalidad por causas cardiovasculares, respiratorias y renales.
  • Estudios en América Latina y ciudades argentinas muestran efectos medibles durante y tras las olas de calor.
  • En Europa el frío sigue asociado a más muertes, aunque el calor gana peso con el cambio climático.
  • Se recomienda alertas tempranas, adaptación urbana y acciones sanitarias para proteger a población vulnerable.

olas de calor y mortalidad

Diferentes equipos internacionales han analizado este fenómeno y advierten que, sin medidas de adaptación, la mortalidad atribuible al calor puede crecer. Un trabajo firmado por investigadores de Estados Unidos, Brasil e India y publicado en Environment International estimó que en ciudades latinoamericanas el 0,44% de las muertes se asocia al calor y el 5,09% al frío, y señaló que el cambio climático podría intensificar esa carga si no se actúa a tiempo, aumentando la mortalidad atribuible al calor.

Qué nos dicen los datos más recientes

impacto del calor en la salud

El estudio latinoamericano se centró en el llamado estrés térmico, esa situación en la que el cuerpo es incapaz de mantener una temperatura segura ante extremos. En las urbes este riesgo se amplifica por la isla de calor urbana, la menor presencia de vegetación, el abundante asfalto y la falta de climatización en viviendas y espacios públicos y la necesidad de refugios climáticos.

Para medir el impacto real, se analizaron registros diarios de temperatura y mortalidad en 326 ciudades, aplicando métodos de series temporales y ajustando por variables como edad y condiciones de salud. La etiqueta de temperatura “extrema” se definió comparando con el rango habitual de cada ciudad, algo clave para no sobredimensionar ni infravalorar el riesgo.

Los resultados dibujan un patrón claro: las ciudades cercanas al ecuador y al nivel del mar soportan más fallecimientos asociados al calor, mientras que a mayor altitud predominan las muertes vinculadas al frío. En la mayoría de las urbes analizadas, el frío aún provoca más decesos que el calor, pero el calentamiento global empuja a que el calor gane terreno como amenaza.

La comparación internacional también es reveladora: en Europa, hoy por hoy, el frío sigue ligado a más muertes que el calor, aunque el aumento de episodios cálidos intensos y prolongados obliga a redoblar la vigilancia. La elaboración de mapas de riesgo y la mejora de los sistemas de información permiten focalizar recursos en los barrios y grupos más vulnerables.

Los autores subrayan que la vulnerabilidad urbana multiplica el impacto de temperaturas no confortables y que planificar viviendas, espacios públicos y corredores verdes es tan importante como mantener la red sanitaria preparada. También recomiendan monitorizar la mortalidad de forma periódica para ajustar políticas en tiempo real.

Evidencia de Argentina que refuerza la alerta

Una investigación del Conicet, publicada en The Journal of Climate Change and Health, detectó un incremento de mortalidad durante olas de calor en 15 de 21 ciudades argentinas (2005-2019). El aumento se observó en causas cardiovasculares, respiratorias y renales, y en algunos casos persistió varios días tras el episodio cálido.

El caso de Catamarca ilustra la severidad del fenómeno: allí los umbrales para definir ola de calor, fijados por el Servicio Meteorológico Nacional, son particularmente altos —24,5 ºC de mínima nocturna y 37,6 ºC de máxima sostenidas al menos tres días— y se contabilizaron 24 episodios en el periodo analizado. En la región del NOA se registró un incremento significativo de la mortalidad cardiovascular, aunque en Catamarca el aumento renal no fue estadísticamente concluyente.

En otras provincias, los efectos fueron notables: en Tucumán el riesgo de fallecer por causa cardiovascular aumentó un 46% durante las olas de calor, mientras que en La Rioja las muertes por causas respiratorias subieron un 54% y el efecto se prolongó hasta dos días después del pico térmico.

El análisis también detectó que en Bariloche el riesgo relativo de mortalidad por causas renales fue el más alto del país, con incrementos que superaron el 200% respecto de días sin ola de calor. Todo ello en un contexto en el que el cambio climático hace más frecuentes, duraderos e intensos estos episodios.

Sus autores insisten en conectar las alertas meteorológicas con respuestas concretas del sistema de salud: protocolos de atención, información a pacientes crónicos y coordinación intersectorial. En países donde las enfermedades no transmisibles ya son la principal causa de muerte, ignorar estas señales dejaría desprotegidos a quienes más lo necesitan.

Quiénes corren más riesgo y por qué

La Organización Mundial de la Salud señala que los golpes de calor son una causa climática de muerte de primer orden y que el calor agrava dolencias como la diabetes, el asma, los trastornos mentales y las enfermedades del corazón; además la radiación UV puede incrementar el riesgo. Cuando la termorregulación falla, aparecen síncopes, calambres o edemas que requieren atención médica inmediata.

Especialistas en salud cardiovascular apuntan a mecanismos plausibles que explican el exceso de mortalidad: el estrés térmico puede favorecer la ruptura de placa aterosclerótica y desencadenar infartos o arritmias potencialmente mortales, especialmente en personas mayores o con patologías previas.

  • Cambios fisiológicos directos: alteraciones en frecuencia cardíaca, presión arterial, hidratación y viscosidad sanguínea.
  • Disrupciones asistenciales: cortes de energía o fallos logísticos que interrumpen tratamientos y medicación.
  • Impacto en salud mental: ansiedad y estrés ante eventos extremos que complican el manejo clínico.
  • Factores socioeconómicos: crisis derivadas de fenómenos extremos que dificultan la prevención y el acceso a cuidados.

Qué pueden hacer las ciudades y los sistemas de salud

Las recomendaciones convergen en tres frentes: alertas tempranas útiles para la toma de decisiones, campañas de prevención con mensajes claros y adaptación urbana que reduzca la exposición (sombras, espacios verdes, refugios climáticos y mejor ventilación de edificios).

Los autores proponen además identificar y acompañar a los grupos más frágiles —mayores, personas con enfermedades crónicas, trabajadores al aire libre—; coordinar servicios sociales y sanitarios; y reforzar el seguimiento de la mortalidad y la morbilidad asociadas a extremos térmicos.

También se reconoce que hay limitaciones: no siempre se puede medir con precisión la calidad de las viviendas o las condiciones individuales, y la solidez de los sistemas de datos de salud varía entre ciudades. Pese a ello, la consistencia de los hallazgos justifica acelerar la adaptación.

El mensaje es nítido: las olas de calor ya están teniendo un efecto medible sobre la mortalidad en las ciudades, el cambio climático puede amplificarlo y disponemos de herramientas para reducir daños si se integran la ciencia, la planificación urbana y la respuesta sanitaria.

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