La mayor tormenta solar de la historia: del Evento Carrington a los eventos extremos Miyake

  • El Evento Carrington fue la mayor tormenta geomagnética registrada directamente, con auroras en latitudes bajas y colapso del telégrafo.
  • Registros históricos y análisis modernos sugieren un cambio de campo de hasta 500 nT/min, propio de eventos milenarios.
  • Existen eventos “Miyake” aún más grandes en los últimos 15.000 años; uno ocurrió hace 14.300 años.
  • Hoy, una supertormenta afectaría satélites y redes eléctricas; la vigilancia (DSCOVR, Parker, Solar Orbiter, Vigil) y protocolos son clave.

tormenta solar historica

¿Qué pasaría si una eyección masiva del Sol nos golpeara de lleno hoy? La pregunta no es ciencia ficción, porque algo así ya pasó y dejó el planeta patas arriba: hablamos del llamado Evento Carrington, considerado la mayor tormenta solar de la que tenemos registro instrumental y testimonial.

Aquella sacudida cósmica no fue una anécdota menor. Desde finales de agosto hasta primeros de septiembre, en pleno siglo XIX, el cielo se encendió en colores, los telégrafos ardieron en varios países y la magnetosfera terrestre se deformó como plastilina. Y ojo: investigaciones recientes sugieren que fue incluso más intensa de lo que creíamos, con cambios del campo magnético a un ritmo que hoy pondría en jaque a nuestras infraestructuras más críticas.

Qué fue el Evento Carrington y cómo se desencadenó

Para situarnos, hay que viajar al 1 de septiembre de 1859. Richard C. Carrington, un astrónomo británico, observaba un grupo enorme de manchas solares cuando vio un fogonazo de luz blanca sobre el disco solar: una llamarada excepcional, visible incluso en luz continua. Apenas unas 17 horas y 40 minutos después, el material expulsado por el Sol (una eyección de masa coronal) alcanzó la Tierra de forma insólitamente rápida.

El episodio estuvo precedido por días de agitación en la superficie solar. Desde el 28 de agosto se contaron numerosas manchas y fulguraciones; de hecho, ya aquella noche se registraron auroras inusuales por toda Norteamérica. El clímax llegó entre el 1 y 2 de septiembre, cuando la interacción Sol–Tierra se volvió feroz y la tormenta geomagnética se desató con toda su artillería.

Las investigaciones apuntan a una secuencia de dos eyecciones. La primera tardó entre 40 y 60 horas (lo normal), mientras que la segunda, que viajó por el “pasillo de plasma abierto” por la anterior, apenas necesitó 17 horas para cubrir los 150 millones de kilómetros. Ese segundo golpe llegó con un campo magnético orientado al sur, ideal para acoplarse y sacudir el campo terrestre, y fue el que levantó el auténtico vendaval geomagnético.

En cuestión de minutos, la atmósfera superior se calentó por los rayos X y UV de la fulguración, se expandió y aumentó el “arrastre” sobre la órbita baja. La magnetosfera, que suele “inflarse” hasta unos 60 000 km de la Tierra, se comprimió dramáticamente, con estimaciones que la llevan a unos 7000 km. Hubo reportes de que el cinturón de radiación de Van Allen se debilitó temporalmente, descargando protones y electrones hacia la atmósfera y alimentando auroras en latitudes impensables.

La llamarada de Carrington pudo alcanzar decenas de megakelvin de temperatura. No solo luz visible: también rayos X e incluso radiación gamma. Llegaron protones con energías del orden de decenas de MeV, que penetraron profundamente en la atmósfera polar. Estudios modernos han relacionado estas lluvias de partículas con una reducción del ozono estratosférico aproximada del 5%, que habría tardado varios años en recuperarse.

auroras y evento carrington

Así se vivió en la Tierra: auroras, telégrafos y noches encendidas

La parte “humana” del evento fue tan espectacular como inquietante. Hubo auroras a cascoporro en latitudes medias y hasta tropicales: desde Madrid y Roma, pasando por Santiago de Chile y Concepción, hasta La Habana, Hawái y el norte de Colombia (con reportes en Montería y también en Costa Rica). En Australia, el Moreton Bay Courier describió “hermosos tonos rojos” durante varias noches consecutivas.

La escena se repitió en medio mundo: se podía leer el periódico a medianoche con el resplandor rojiverde del cielo. En las Montañas Rocosas, los mineros se levantaron, encendieron el fuego y desayunaron pensando que amanecía, cuando eran la una de la madrugada. No faltó quien interpretara aquel cielo encendido como una señal apocalíptica, lógico si nunca habías visto una aurora en tu vida.

Pero más allá del espectáculo, los daños fueron reales. Los sistemas de telégrafo, entonces la red global de comunicaciones, se vinieron abajo en Europa y Norteamérica; hubo descargas en operadores, incendios en oficinas y fallos en cascada. Se habla de interrupciones generalizadas durante unas 14 horas. Paradójicamente, en algunos enlaces muy cargados de electricidad atmosférica los mensajes viajaron sin baterías, aprovechando la energía inducida por la propia tormenta. cómo se prepara la defensa tecnológica

La infraestructura eléctrica de la época era incipiente, así que el impacto tecnológico fue limitado si lo comparamos con hoy. Imagina un episodio similar en pleno siglo XXI, con satélites, redes eléctricas interconectadas, GPS, aviación y banca digital: el daño sería multimillonario y la recuperación, larga y compleja.

tormenta geomagnetica intensa

Lo que dicen los registros: más intensa de lo que pensamos

Gran parte de lo que sabemos viene de observatorios de la época, como Kew y Greenwich (Londres). Sus magnetómetros “fotográficos” usaban haces de luz reflejada en espejos para trazar la evolución del campo en papel fotosensible. El problema: la tormenta fue tan potente que la luz se salió de la escala del papel, saturando el registro en los momentos críticos.

Una digitalización moderna de esas bandas ha permitido extraer más jugo. Midiendo la velocidad del trazo antes y después de las saturaciones, se ha estimado que el campo magnético cambió a un ritmo mínimo de unos 500 nT por minuto en latitudes como la de Londres, un dato descomunal. Para hacerse una idea, en esa latitud se considera extraordinario alcanzar 350–400 nT/min una vez por siglo; así que Carrington podría encajar mejor en el rango de eventos milenarios.

Además de los magnetómetros, las “huellas químicas” apoyan la magnitud del episodio. En núcleos de hielo de Groenlandia y la Antártida se detectó un pico de nitratos asociado a intensas ráfagas de partículas solares, el mayor en cinco siglos. Todo encaja con una tormenta geomagnética verdaderamente extrema para los estándares históricos.

Más allá de 1859: eventos Miyake y otros episodios notables

El Evento Carrington es la mayor tormenta geomagnética observada directamente, pero no es lo más gordo que ha hecho el Sol si miramos miles de años atrás. Estudios de radiocarbono en anillos de árboles (C-14) han identificado “Eventos Miyake”: picos abruptos causados por ráfagas de partículas solares. Se han encontrado nueve en los últimos 15 000 años, con episodios destacados en 774 y 993 d. C.

Un trabajo reciente con subfósiles de árboles hallados en el río Drouzet (Alpes franceses) detectó un pico gigantesco hace unos 14 300 años, aproximadamente el doble que los de los siglos VIII y X. Comparando C-14 con berilio en núcleos de hielo, la evidencia apunta a una tormenta solar extrema como causa. Este tipo de episodios, de producirse hoy, podría dañar transformadores a gran escala y dejar apagones durante meses, además de afectar satélites y suponer riesgos de radiación para astronautas.

Acercándonos a nuestra era tecnológica, no faltan sustos. En 1989, una tormenta “menor” colapsó la red de Quebec durante más de nueve horas, con pérdidas millonarias. En 1994, problemas en satélites de comunicaciones (ANIK E1 y E2) tumbaron servicios en Canadá, y en 1997 el Telstar 401 acabó dañado. También se citaron efectos de expansión atmosférica por rayos X en un satélite japonés en julio del 2000.

Para más intriga, el 23 de julio de 2012 se produjo una eyección de masa coronal que, según diversos análisis, rozó la órbita terrestre días después de que la Tierra hubiese pasado; de haber coincidido, algunos trabajos la han calificado de mucho mayor que Carrington. En cualquier caso, sirve de recordatorio: las supertormentas no son un mito.

Sin ir tan lejos, en mayo de 2024 vimos auroras a latitudes inusuales y perturbaciones en comunicaciones de radio HF. La NOAA llegó a catalogar niveles severos y emitió avisos a operadores de infraestructuras para mitigar posibles impactos. Un análisis preliminar del MIT sugirió que hasta la mitad de los satélites en LEO registraron anomalías relacionadas con la tormenta, incluyendo la desactivación temporal de sistemas de seguridad anticolisión.

Si ocurriera hoy: riesgos reales y cómo nos estamos preparando

La ESA ha ensayado escenarios del “peor caso”. Una llamarada clase X45 (radiación en 8 minutos), seguida por un aluvión de partículas en 10–20 minutos y, al cabo de unas 15 horas, una CME a 2000 km/s. El cóctel perfecto para GPS/Galileo fuera de servicio, interrupciones de radar, fallos electrónicos en satélites (bit flips, resets) y, en órbita baja, un aumento del arrastre atmosférico de hasta un 400%.

En tierra, las corrientes inducidas geomagnéticamente pueden saturar y dañar transformadores, distorsionando las ondas de 50/60 Hz y forzando desconexiones. Oleoductos, cables largos y redes de ferrocarril también son vulnerables. La toma de decisiones se complica porque, con datos degradados, una maniobra de evasión de un satélite para evitar un choque puede incrementar el riesgo con otros objetos.

Para ganar tiempo y reducir daños, hay vigilancia global. DSCOVR da datos in situ del viento solar; la sonda Parker de la NASA y Solar Orbiter de la ESA estudian el origen de las erupciones; y llegan nuevas herramientas: Surya, una IA impulsada por IBM y la NASA, promete mejorar la predicción de fulguraciones en menos tiempo. La ESA, además, despliega la red D3S y prepara la misión Vigil a L5 para ver el Sol “de lado” y lanzar avisos tempranos.

Cuando el aviso llega a tiempo, hay margen de maniobra. Los operadores pueden reconfigurar satélites, desconectar cargas sensibles, poner aeronaves en rutas más seguras respecto a la radiación, bajar potencia de transformadores o seccionar la red para contener daños. No evita el evento, pero mitiga la factura y acelera la recuperación.

Por qué el Sol puede montar semejante espectáculo

Detrás de cada tormenta hay magnetismo. Las manchas solares son regiones de campo magnético intenso; allí se producen fulguraciones (ráfagas de radiación) y eyecciones de masa coronal (nubes de plasma con su propio campo). Si el campo de la CME llega “hacia el sur”, se acopla mejor con la magnetosfera y se desata la tormenta geomagnética.

La energía última viene de la fusión nuclear en el núcleo solar. En cada reacción, alrededor del 0,7% de la masa se transforma en energía (E=mc²). Esa energía viaja primero por la zona radiativa (unos 500 000 km de espesor) y luego por la convectiva (unos 200 000 km), emergiendo como el granulado que hierve en la fotosfera. Cada “gránulo” cambia en 10–15 minutos, prueba del transporte convectivo imparable.

El Sol tiene ciclos de unos 11 años, con picos de actividad. En el ciclo 2008–2019 se contaron miles de fenómenos: del orden de 13 000 nubes de plasma y unas 21 000 fulguraciones, lo que da una idea de la hiperactividad puntual de nuestra estrella. La mayoría pasan sin pena ni gloria para nosotros; a veces, sin embargo, el disparo sale directo y el tiro es a puerta.

Impactos tecnológicos documentados y lecciones aprendidas

La lista de daños modernos crece con cada ciclo. Redes eléctricas, satélites, radio, GPS… todos han mostrado vulnerabilidades. Casos como ANIK E1/E2 (1994) y Telstar 401 (1997) ilustran que las tormentas pueden tumbar servicios críticos. En 1989, Quebec aprendió por las malas cómo una GIC mal gestionada se convierte en un apagón masivo.

También la atmósfera alta cuenta su parte: cuando los rayos X calientan la termosfera, aumenta la densidad a gran altitud y los satélites en órbita baja frenan más, consumen combustible ajustando órbitas y elevan el riesgo de colisiones. Si sumas mediciones degradadas y más objetos “cruzándose”, gestionar el tráfico espacial se vuelve una odisea.

Conceptos clave para orientarse

  • Clima espacial: conjunto de condiciones del Sol y el medio interplanetario que afectan a la Tierra y a la tecnología.
  • Eyección de masa coronal (CME): nube de plasma y campo magnético que puede provocar tormentas geomagnéticas severas.
  • Fulguración solar: estallido de radiación (rayos X/UV) que llega en minutos y altera la ionosfera.
  • Estrella fulgurante: comportamiento del Sol como estrella capaz de emitir fulguraciones de gran intensidad.

Conviene hablar de probabilidades. Estimaciones matemáticas recientes sitúan la opción de otra tormenta del calibre de Carrington en las próximas décadas entre el 0,46% y el 1,88%. No es para vivir asustados, pero sí para tener planes y redundancias. Si algo nos enseñan los registros de Kew y Greenwich, los picos de nitratos del hielo o los anillos de árboles en los Alpes, es que el Sol, de vez en cuando, juega a lo grande; y cuanto más dependemos de la electrónica, más nos conviene estar listos para el próximo envite.

impacto de una tormenta solar en la Tierra
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