
En las profundidades del Atlántico late un sistema oceánico que actúa como termostato del planeta. Hablamos de la Circulación Meridional del Atlántico (AMOC), la gran corriente del Atlántico que reparte calor desde los trópicos hacia el norte y devuelve agua fría en profundidad.
Una nueva investigación publicada en Environmental Research Letters advierte de que, si las emisiones continúan elevadas, la AMOC podría detenerse después de 2100; incluso con escenarios intermedios o bajos aparecen riesgos no despreciables en varios modelos, con efectos profundos en Europa y en los cinturones de lluvias tropicales.
Cómo funciona y dónde se rompe el equilibrio

Con el calentamiento global, el océano pierde menos calor en invierno y aumenta el aporte de agua dulce, de modo que la superficie se queda más cálida y ligera: cuesta más que esa agua se hunda y el engranaje se debilita.
Esa pérdida de empuje activa un bucle de retroalimentación: llega menos agua salada desde el sur, la superficie del Atlántico Norte se desaliniza, disminuye aún más la densidad y la mezcla vertical se frena todavía más.
Los autores identifican un punto de inflexión cuando la mezcla profunda invernal colapsa; a partir de ahí, el proceso se autoamplifica y la interrupción de la AMOC se vuelve inevitable en las simulaciones.
Lo que muestran las simulaciones prolongadas

El trabajo extiende modelos de referencia del proyecto CMIP6 hasta los años 2300–2500, más allá del horizonte habitual. En todos los escenarios de altas emisiones, el vuelco profundo se ralentiza drásticamente hacia 2100 y se detiene después, transformando la circulación en un sistema débil y superficial.
Incluso con emisiones intermedias o bajas, varios modelos proyectan este desenlace: alrededor del 70% de las simulaciones colapsan con emisiones crecientes, un 37% con niveles medios y un 25% en el escenario más bajo analizado.
Tras el punto de inflexión, las corrientes desaparecen por completo entre 50 y 100 años después, según los modelos. La energía térmica que el Atlántico Norte entrega a la atmósfera caería a menos del 20% e incluso cerca de cero en algunos casos.
Este patrón supone un cambio de régimen más que un desplome instantáneo: la AMOC pierde su “motor profundo” y queda dominada por la circulación superficial impulsada por el viento.
Señales sobre el terreno y qué falta en los modelos

Las redes de observación en el Atlántico Norte apuntan ya a una tendencia a la baja en la última década, coherente con las proyecciones de modelos. En el tramo de 26,5°N, las mediciones indican un debilitamiento del orden de 0,8 Sv por década, si bien la serie es corta para certezas absolutas.
Los investigadores advierten de limitaciones estructurales: algunos modelos son demasiado estables y, en su versión estándar, no incorporan adecuadamente el aporte de agua dulce por el deshielo de Groenlandia, lo que podría subestimar el riesgo real.
Los informes previos del IPCC consideraban poco probable un colapso antes de 2100; con el nuevo enfoque de horizonte largo, esa confianza se debilita y la gestión del riesgo toma protagonismo.
Impactos probables en Europa y en los trópicos
Para Europa occidental, las implicaciones incluyen inviernos más fríos y extremos y veranos más secos, al reducirse el transporte de calor desde latitudes bajas y alterarse las trayectorias de borrascas.
Los cinturones de lluvias tropicales tenderían a desplazarse, con efectos sobre regiones dependientes de ese régimen para la agricultura, comprometiendo la seguridad alimentaria en zonas vulnerables.
El Atlántico Norte absorbería menos calor y CO2, lo que acelera el calentamiento global por la menor captación oceánica, y disminuiría el aporte de oxígeno y nutrientes, afectando a ecosistemas y pesquerías del Atlántico nororiental.
En la costa atlántica de Norteamérica y en otros litorales, el proceso podría sumar del orden de 50 centímetros adicionales al nivel del mar, y alterar patrones de tormentas con impactos en infraestructuras.

En conjunto, se dibuja un escenario con Europa enfriándose regionalmente por menor transporte de calor, mientras otras zonas continúan calentándose, amplificando contrastes y la variabilidad del sistema.
Gestión del riesgo: por qué importan las próximas décadas

El tiempo de reacción del océano es largo: evitar un colapso antes de 2100 no garantiza estabilidad en el siglo siguiente si se ha cruzado ya un umbral.
Reducir rápidamente las emisiones no elimina el riesgo por completo, pero lo disminuye de forma significativa y retrasa la aproximación al punto de no retorno, ganando margen de maniobra para adaptación y seguimiento.

El refuerzo de observaciones en las zonas clave del Atlántico Norte y la mejora de modelos que incorporen mejor el aporte de agua dulce son piezas esenciales para afinar plazos y riesgos.
Lo que está claro y lo que sigue en investigación
El consenso emergente es que la AMOC se está debilitando y que el riesgo de cruce de un punto crítico en las próximas décadas es real, con una transición hacia un Estado más débil y superficial si no cambia la trayectoria de emisiones.
Persisten incertidumbres sobre el calendario exacto y la magnitud regional de los impactos, pero la señal de riesgo crece al ampliar el horizonte de cálculo y considerar los mecanismos de retroalimentación identificados.
Las nuevas simulaciones y las observaciones recientes confluyen en un mensaje prudente pero firme: la gran corriente del Atlántico está bajo presión y las decisiones de esta generación influirán en si el sistema mantiene su pulso o deriva hacia un régimen más frágil durante siglos.

