Las tormentas y los grandes temporales han sido motivo de asombro e inquietud desde tiempos ancestrales. En múltiples culturas indígenas del continente americano, la furia del cielo estaba encarnada en la figura de un dios de las tormentas, cuya presencia se manifestaba a través de vientos, truenos y lluvias intensas. Aunque la ciencia meteorológica hoy explica estos fenómenos, la memoria colectiva aún les otorga un cariz casi místico por la huella dejada en leyendas y costumbres.
En el Caribe y en América Central, especialmente en la isla de Cuba y otras regiones vecinas, los registros históricos mencionan a Jurakán como el responsable de los temporales. Según documentos de los primeros cronistas españoles, como Bartolomé de las Casas, los aborígenes indocubanos atribuían cualquier manifestación severa del tiempo —fuera tornado, tormenta o ciclón tropical— a Jurakán, sin distinguir el origen específico del evento. Para ellos, el dios habitaba en el corazón de la tempestad y dirigía tanto los vientos como las lluvias que azotaban sus tierras.
Deidad, mitología y la raíz de la palabra «huracán»
La propia palabra «huracán» entró en el idioma español gracias al contacto con estos pueblos y sus creencias. Los relatos de Las Casas permitieron que el término se empleara desde entonces para designar a los violentos ciclones tropicales tan característicos de la región. Además, a mediados del siglo XVI, los europeos se dieron cuenta de que, con el equinoccio de otoño —en torno al 22 de septiembre—, comenzaba una época de grandes tormentas en el Caribe, lo que llevó a denominar ese periodo peligroso como «Equinoccio» antes de asentarse la expresión «temporada de huracanes».
Con el avance de la meteorología y la creación de estaciones de observación durante el siglo XIX, los expertos pudieron precisar que los ciclones tropicales no eran exclusivos del Caribe, sino que afectaban a diferentes zonas del planeta siguiendo patrones estacionales. En la cuenca del Atlántico norte, la franja temporal abarca desde junio hasta noviembre. La formalización de la «temporada ciclónica» como denominación llegó en Cuba alrededor de 1965, con la fundación del Instituto de Meteorología, extendiéndose la vigilancia y los estudios con una mayor base estadística y científica.
En Mesoamérica, la figura de Tláloc cumple un papel similar al de Jurakán, aunque con características propias de la cosmovisión mexica. Tláloc es el dios mexica asociado a la lluvia, las tormentas y el agua. Era invocado especialmente durante la siembra y en contextos donde el agua era vital para la subsistencia. Muchas tradiciones y ritos prehispánicos giraban en torno a sus poderes, y su iconografía continúa siendo reconocible en esculturas y murales de la época.
La influencia del dios de las tormentas en la actualidad
La huella de Jurakán y Tláloc ha trascendido los siglos y sigue presente en la cultura popular. Por ejemplo, en México, durante la temporada de lluvias, la imagen de Tláloc se reinterpreta de múltiples maneras. Una de las más curiosas y recientes manifestaciones es la aparición de la Tlaloconcha, un pan dulce artesanal de Puebla que homenajea al dios de las tormentas a través de su diseño colorido y su relleno de guayaba, elementos que evocan el agua y la fertilidad. Esta propuesta, ideada por la panadería La Herencia JD en San Pedro Cholula, demuestra cómo la mitología antigua puede combinarse con la tradición gastronómica contemporánea para crear productos que conectan con la identidad y el sentir de la comunidad.
La Tlaloconcha no solo es un ejemplo de fusión cultural, sino que también refleja la tendencia actual de adaptar alimentos tradicionales a personajes o dioses emblemáticos para cada temporada. En este caso, el homenaje a Tláloc sirve de puente entre la interpretación ancestral de las tormentas y el disfrute moderno de un pan dulce, especialmente en los días de lluvias y cielos encapotados.
Mitos, ciencia y percepciones sobre las tormentas
La visión de las tormentas como expresión de la voluntad de un dios ha dado paso, con los siglos, al entendimiento científico de estos fenómenos. Sin embargo, en muchos lugares, persiste un vínculo emocional, simbólico e incluso ritual con la figura de las deidades que personifican las fuerzas de la naturaleza. La palabra «huracán» sigue recordándonos el impacto que la cosmovisión indígena tuvo en el lenguaje y en la forma de nombrar los fenómenos meteorológicos más extremos.
Interpretar estos fenómenos solo desde la estadística y la meteorología es posible hoy, pero sería injusto olvidar que durante siglos la supervivencia y el respeto al entorno natural pasaban por la veneración y el temor a los dioses de las tormentas. A día de hoy, estas figuras siguen presentes en la memoria colectiva, en la iconografía tradicional, y hasta en los pequeños gestos como elegir un pan con la imagen de una deidad en la pastelería local.
La figura del dios de las tormentas, sea Jurakán, Tláloc u otra deidad con distintos nombres en cada región, simboliza el asombro humano ante la fuerza de la naturaleza. Desde la palabra «huracán» hasta la Tlaloconcha de nuestros días, su rastro está en el lenguaje, los mitos y las costumbres que sobreviven más allá de la ciencia, recordando la relación entre la humanidad y el clima.