El legado de Mario Molina en el descubrimiento de la capa de ozono: ciencia, activismo y cooperación global

  • Mario Molina revolucionó la ciencia ambiental al demostrar el impacto destructivo de los CFC sobre la capa de ozono, detonando un cambio global en la industria y la política.
  • Su persistencia y rigor científico llevaron a la creación del Protocolo de Montreal, el primer gran acuerdo internacional para proteger el medio ambiente, logrando así la recuperación de la capa de ozono.
  • Molina fue un referente en el activismo y la divulgación científica, defendiendo la educación y la acción colectiva frente a los retos ambientales actuales.

mario molina

Hablar de Mario Molina es referirse a uno de los mayores referentes de la ciencia latinoamericana y mundial, cuya labor cambió radicalmente la visión de la humanidad sobre el deterioro ambiental y la acción colectiva ante los grandes retos ecológicos. Su vida, obra y legado están profundamente ligados a la historia de la protección de la capa de ozono, un escudo invisible que protege la vida en la Tierra de los efectos nocivos de la radiación ultravioleta proveniente del Sol. El descubrimiento que realizó junto con colegas como Frank Sherwood Rowland no solo desencadenó una revolución científica, sino que demostró cómo la investigación rigurosa y la presión social pueden lograr acuerdos internacionales que salvan vidas y ecosistemas.

En este artículo, vamos a sumergirnos en detalle en la figura y las aportaciones de Mario Molina, repasando los aspectos clave de su trayectoria personal y profesional, el contexto histórico en el que trabajó, los retos que tuvo que afrontar junto a sus colegas, los resultados de sus investigaciones y, muy especialmente, el impacto perdurable que sigue teniendo su legado tanto en la ciencia como en la diplomacia internacional y el activismo ambiental. Todo ello, abordado desde una perspectiva natural, divulgativa y profunda.

Orígenes y formación académica de Mario Molina

Mario Molina nació en Ciudad de México, en 1943, en el seno de una familia que supo motivar su innata curiosidad científica. Cuentan que, siendo apenas un niño, ya se entretenía explorando el mundo microscópico, llegando incluso a transformar un baño familiar en un laboratorio improvisado. Esta pasión temprana por la ciencia lo acompañó durante toda su vida y se plasmó en su decisión de estudiar Ingeniería Química en la Facultad de Química de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México), donde se graduó en 1965. Más tarde, amplió sus horizontes con estudios de postgrado en la Universidad de Friburgo (Alemania) y posteriormente obtuvo su doctorado en química física por la Universidad de California, Berkeley.

Aquel paso por Berkeley supuso el inicio de una carrera fulgurante en el ámbito de la química atmosférica. Fue allí donde Molina entró en contacto con el grupo de investigación del profesor George C. Pimentel y posteriormente se integró al equipo que lideraba Frank Sherwood Rowland, con quien compartiría los hallazgos que cambiarían para siempre la perspectiva humana sobre el entorno planetario.

El hallazgo que cambió la historia: Clorofluorocarbonos (CFC) y el agujero de ozono

premio nobel mario molina

En los años 70, la comunidad científica y la sociedad estaban lejos de entender el impacto de los productos químicos creados por el ser humano sobre la atmósfera. Uno de esos compuestos, los clorofluorocarbonos (CFC), se utilizaba en todo el mundo como refrigerantes y propelentes para aerosoles. Se les consideraba seguros, estables, ‘milagrosos’, e incluso preferibles a alternativas más tóxicas. Sin embargo, tanto Molina como Rowland comenzaron a preguntarse cuál era el destino de aquellos gases inertes una vez liberados en la atmósfera.

Tras meses de minuciosos estudios y simulaciones, en 1974 publicaron en la revista ‘Nature’ un artículo revolucionario en el que advertían que los CFC liberados en la superficie podían alcanzar la estratósfera, donde la radiación ultravioleta provocaba que se descompusieran liberando átomos de cloro. Estos átomos actuaban como auténticos verdugos del ozono, ya que un solo átomo de cloro es capaz de destruir hasta 100.000 moléculas de ozono, reduciendo así la protección natural de nuestro planeta frente al peligro de los rayos UV solares.

Este hallazgo, que hoy puede parecer evidente, fue recibido con escepticismo e incluso rechazo por parte de la industria química y ciertos sectores científicos. Los intereses económicos en juego eran enormes, ya que los CFC se fabricaban a escala industrial y generaban enormes beneficios. Sin embargo, la perseverancia y el rigor de las investigaciones de Molina y Rowland acabaron por derribar esas resistencias.

De la ciencia a la acción global: El impacto político y social

La publicación del estudio de 1974 no solo fue un hito académico, sino que originó un movimiento internacional inédito en la historia de la ciencia y la política ambiental. Con el paso del tiempo, las investigaciones de Molina y Rowland fueron confirmadas por analíticas independientes, y a comienzos de la década de los 80, se detectó un drástico adelgazamiento de la capa de ozono en la Antártida, conocido popularmente como el ‘agujero de ozono’.

En 1982, científicos británicos midieron que la capa de ozono en el Polo Sur se había reducido un 20%, y al año siguiente, la cifra alcanzaba hasta el 30%. Aquellas evidencias desmontaron los últimos argumentos de los detractores y demostraron el alcance real y peligroso del problema. La inacción habría llevado a un crisis ambiental global con consecuencias severas para la salud y los ecosistemas.

Pero la lucha fue dura. Las grandes empresas químicas, como Dupont, intentaron desacreditar a Molina y su equipo, llegando a poner en duda los fundamentos de sus investigaciones. La batalla fue también diplomática, ya que hacía falta un consenso internacional para legislar y prohibir los compuestos responsables del daño. Aquí fue donde la capacidad de persuasión, activismo y rigor intelectual de Molina resultó fundamental. No solo lideró campañas y debates científicos, sino que también presionó a organismos internacionales y gobiernos para la toma de medidas efectivas.

El Protocolo de Montreal: Salvando la capa de ozono

En 1987, la comunidad internacional dio un paso histórico al firmar el Protocolo de Montreal, el primer gran tratado ambiental global destinado a eliminar progresivamente el uso y fabricación de CFC y otras sustancias agotadoras de la capa de ozono. Este acuerdo fijaba distintos plazos para países desarrollados y en desarrollo, fomentando la transferencia de recursos y tecnología para facilitar la transición a sustancias menos dañinas.

El Protocolo de Montreal se convirtió en un referente internacional de diplomacia ambiental y un magnífico ejemplo de cooperación global. No solo ha logrado frenar la agresión a la capa de ozono, sino que ha propiciado su lenta recuperación, una tendencia confirmada por diversos estudios científicos. Se prevé que el ozono sobre el hemisferio norte podría recuperarse completamente hacia 2030, y el de la Antártida en torno a 2060, siempre que se mantengan los compromisos adquiridos.

El trabajo de Molina fue esencial en la gestación y éxito de este acuerdo, considerado uno de los mayores logros en la historia de los tratados internacionales ambientales. En sus propias palabras, la protección de la capa de ozono representa una demostración clara de que la acción coordinada puede revertir daños ambientales que parecían irreparables.

Reconocimientos y premios: El Nobel y más allá

La relevancia del trabajo de Mario Molina se vio reconocida en 1995 cuando, junto a Sherwood Rowland y Paul Crutzen, recibió el Premio Nobel de Química. Crutzen, por su parte, había demostrado años antes los efectos destructivos de otros gases en la capa de ozono. El galardón distinguía así el esfuerzo conjunto de varios científicos por comprender y combatir este desafío global.

Molina ha recibido numerosos premios y distinciones adicionales, como el Premio Tyler, el Premio Essekeb y la medalla de la NASA a los logros científicos, además del reconocimiento de la ONU y multitud de instituciones académicas. Destaca también la Enmienda de Kigali, que en 2016 amplió el marco del Protocolo de Montreal para incluir la lucha contra el calentamiento global y la sustitución de los hidrofluorocarbonos (HFC), un paso más en la protección del clima.

Más allá del Nobel: Activismo, divulgación y compromiso social

mario molina capa de ozono

El papel de Mario Molina no se limitó a los laboratorios y las aulas universitarias. Fue un defensor incansable de la educación científica y el conocimiento como herramientas para enfrentar los problemas ambientales. Impulsó iniciativas en México para mejorar la calidad del aire en grandes ciudades, especialmente en la Zona Metropolitana del Valle de México, y promovió la colaboración interdisciplinar para tratar la contaminación urbana y la degradación ecológica en un contexto global.

Su activismo le llevó a ejercer presión e influencia sobre los gobiernos y a participar en organismos internacionales. No dudaba en señalar que la solución de los retos ambientales no es responsabilidad exclusiva de los científicos, sino de toda la sociedad. La ciencia, según Molina, identifica los problemas y aporta las pruebas, pero corresponde a los políticos y los ciudadanos tomar decisiones y actuar.

Molina se caracterizó además por su humildad, claridad de pensamiento y una extraordinaria capacidad para simplificar temas complejos y comunicarlos al gran público. Se preocupó por acercar la ciencia al conjunto de la sociedad, convencido de que una ciudadanía bien informada es clave para impulsar las transformaciones necesarias.

Su impacto social se refleja en documentales, series y entrevistas internacionales, como “El Hombre que Salvó la Capa de Ozono”, “Cosmos: Una odisea del espacio-tiempo” o su participación en programas de la BBC. Todo ello contribuyó a consolidar el papel de la ciencia en la cultura popular y sensibilizar a nuevas generaciones.

La importancia del legado de Molina en la lucha ambiental global

El legado de Mario Molina va mucho más allá de haber desvelado los peligros de los CFC. Su vida demuestra que la ciencia y la política pueden entenderse y colaborar, incluso en contextos de gran complejidad e intereses contrapuestos. La protección de la capa de ozono marcó un antes y un después: se logró revertir una amenaza planetaria mediante acuerdos vinculantes, innovación tecnológica y cooperación internacional.

Molina fue especialmente crítico con la idea de dejar la solución de los retos ecológicos en manos de la voluntariedad individual o las empresas. Reivindicó la necesidad de acuerdos internacionales sólidos, como el Protocolo de Montreal o el Acuerdo de París, para lograr cambios efectivos y medibles. Además, subrayó que el éxito en la protección del ozono puede ser un modelo aplicable a otras crisis ambientales, como el cambio climático.

El proceso vivido para la recuperación del ozono muestra que la voluntad política y la cooperación internacional sí pueden resolver problemas ambientales complejos. Mientras que en el caso de los CFC fue suficiente convencer a unas empresas para empezar a cambiar, en el caso del cambio climático el reto es mucho mayor y requiere una acción coordinada global.

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Desafíos actuales y la vigencia del ejemplo de Mario Molina

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Hoy en día, la ciencia enfrenta desafíos como la desconfianza derivada de la politización y las campañas de desinformación impulsadas por intereses económicos. Molina lamentaba que, como en su día con el tabaco, algunos sectores hayan sembrado dudas sobre los consensos científicos, retrasando decisiones políticas necesarias. Sin embargo, siempre mantuvo la esperanza y destacaba que la mayor parte de la sociedad y la comunidad científica apoyan la acción contra el cambio climático y otras amenazas.

Su figura continúa siendo un referente para las nuevas generaciones, que reclaman con fuerza acciones inmediatas para frenar el deterioro ambiental. Consideraba muy importante que los jóvenes, liderados por figuras como Greta Thunberg, exijan responsabilidad a los dirigentes y participen activamente en las decisiones que afectan al planeta.

En América Latina, Molina abogaba por que los gobiernos no solo suscribieran compromisos internacionales, sino que hicieran efectivos sus compromisos y reforzaran las políticas ambientales periódicamente. Para él, solo mediante educación, investigación y una ciudadanía informada y activa se puede avanzar hacia un futuro sostenible.

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En su México natal, Mario Molina dejó una huella imborrable, no solo por sus logros internacionales, sino por su constante interés en mejorar la educación científica y la calidad del aire en las ciudades mexicanas. Lideró proyectos, asesoró gobiernos y fue una voz firme en defensa del conocimiento. Muchos especialistas, como Gerardo Ceballos y Carlos Amador Bedolla, le consideran el líder moral y científico que la ciencia mexicana necesita y que tanto se extraña tras su fallecimiento en 2020.

Además de su investigación sobre la atmósfera, Molina se preocupó por la preservación de ecosistemas, la reducción de la contaminación y la transición hacia energías limpias y renovables. Consideraba imprescindible reducir la dependencia del petróleo y otros hidrocarburos, que tanto daño causan, para avanzar hacia tecnologías más sostenibles.

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Su legado para las futuras generaciones radica en plantear que la ciencia y la tecnología deben servir para mejorar el mundo. Es una llamada a la responsabilidad y al trabajo conjunto, valores que Mario Molina encarnó a lo largo de toda su vida.

Reflexionando sobre sus aportaciones y la revolución que inició, resulta difícil exagerar la relevancia histórica de Mario Molina. Desde su infancia, cuando montaba laboratorios caseros, hasta convertirse en el padre de una conciencia ecológica global, su trayectoria estuvo marcada por la pasión, la perseverancia y el compromiso con el bien común. Su historia nos recuerda que los cambios a nivel mundial son posibles cuando ciencia y sociedad trabajan unidas, y nos anima a seguir luchando por un planeta más saludable y justo para todos.

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