El asteroide «fantasma» que se esconde entre Mercurio y Venus

  • Detectado un asteroide "fantasma" en la zona interior del sistema solar, oculto por el resplandor del Sol.
  • Observado con la Dark Energy Camera en Cerro Tololo; lo lideró Scott S. Sheppard.
  • Aproximadamente 700 metros de diámetro y una órbita de 128 días: segundo más rápido conocido.
  • No supone riesgo para la Tierra y abre una nueva ventana de búsqueda de objetos cercanos al Sol.

Asteroide interior cercano al Sol

En el escenario más brillante del cielo, justo donde el Sol lo inunda todo, ha aparecido un visitante escurridizo: un asteroide «fantasma» que se mueve entre Mercurio y Venus y que hasta ahora había pasado desapercibido por la intensidad de la luz solar.

Lejos de una trama de ciencia ficción, este objeto fue identificado de forma rigurosa: el 27 de septiembre lo avistó el equipo de Scott S. Sheppard (Carnegie Science) usando la Dark Energy Camera en el Observatorio Interamericano de Cerro Tololo, en Chile, un entorno perfecto para cazar cuerpos que se ocultan en el crepúsculo.

Un corredor interior a toda velocidad

Pese a lo esquivo del entorno, se ha podido trazar su carácter básico: su órbita lo mantiene muy cerca del Sol, cruzando la de Mercurio y adentrándose en la de Venus, una región donde el calor y el resplandor complican al máximo cualquier observación.

Los primeros cálculos apuntan a que tiene un tamaño nada despreciable, alrededor de 700 metros de diámetro, comparable a una gran infraestructura terrestre y suficiente para despertar interés científico por su evolución térmica y física.

Además, completa una vuelta al Sol en unos 128 días, lo que lo sitúa como el segundo asteroide más veloz del que se tiene constancia; solo otro objeto similar, registrado por el mismo grupo en 2021, lo supera con un periodo de 113 días.

Cómo se logró ver lo invisible

La clave del hallazgo ha sido observar en las pocas ventanas útiles del día: los instantes de amanecer y atardecer, cuando el brillo solar cae lo justo para que estas rocas no queden enterradas en la luz.

En ese contexto, la Dark Energy Camera (DECam), pensada originalmente para cosmología, ha demostrado una sensibilidad extraordinaria para rastrear cuerpos pequeños en zonas próximas al Sol, apoyada por telescopios como el Blanco de 4 metros y Gemini para verificar la detección.

Este tipo de búsquedas exige técnicas muy específicas: exposiciones cortas, seguimiento rápido y filtrado cuidadoso del resplandor, un trabajo fino que explica por qué estos objetos se escapan tan a menudo de los catálogos.

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Riesgo para la Tierra y vigilancia planetaria

Por ahora no hay motivo para alarmarse: la órbita del «fantasma» permanece confinada al entorno interior y no intersecta la de nuestro planeta a corto plazo, de modo que no supone una amenaza conocida.

Con todo, su detección recuerda una realidad incómoda: los asteroides cercanos al Sol son los más difíciles de encontrar y pueden representar una fracción relevante de los objetos potencialmente peligrosos si su dinámica cambiara por efectos gravitatorios o impactos.

La comunidad internacional mantiene la vigilancia con múltiples programas, y la coordinación entre redes de observatorios —incluidas las europeas— es esencial para cartografiar estos cuerpos que pasan meses ocultos tras el resplandor solar.

Una región menos vacía de lo que se pensaba

Durante décadas se asumió que entre Mercurio y Venus apenas habría material residual. Este hallazgo cuestiona esa idea y sugiere que podría existir una población de asteroides interiores aún por descubrir.

Si se confirma, la dinámica del sistema solar interno podría necesitar ajustes: resonancias orbitales, fragmentos de colisiones antiguas o remanentes primitivos podrían explicar la presencia de estas rocas en un entorno tan extremo.

Reutilizar instrumentos, ampliar fronteras

El caso ilustra una lección valiosa: mirar con otros ojos herramientas ya existentes a veces rinde más frutos que construir desde cero. La DECam, concebida para estudiar la energía oscura, se ha convertido en una pieza clave para localizar objetos menores en condiciones de observación límite.

Ese enfoque flexible ya ha dado resultados en otros campos, y aporta agilidad a la investigación cuando aparecen preguntas nuevas sin necesidad de desplegar de inmediato infraestructuras inéditas.

Qué viene ahora

Los esfuerzos se concentran en precisar mejor su tamaño, composición y parámetros orbitales, y en comprobar si comparte franja con otros cuerpos aún no catalogados en esa misma región interior.

También se esperan nuevas campañas al alba y al ocaso para ampliar el censo de objetos cercanos al Sol, una tarea que podría redefinir el mapa de los cuerpos menores y mejorar los modelos de riesgo a largo plazo.

Más allá del brillo y las dificultades técnicas, este «fantasma» interior recuerda que todavía quedan rincones por explorar en nuestro vecindario cósmico: segundo más rápido, sin riesgo inmediato para la Tierra y con una historia que puede ayudarnos a entender cómo se organiza la arquitectura del sistema solar.