Nadie diría que los desiertos puedan estar amenazados, ¿verdad? Pero lo cierto es que son un lugar mucho más frágil de lo que nos podamos llegar a imaginar. Las plantas, animales y los aproximadamente 500 millones de personas que se estima que viven en estos territorios se han adaptado al clima que tiene el desierto.
Pero si las temperaturas siguen subiendo, sus vidas estarán en serio peligro.
Según un informe de la ONU para el medioambiente (UNEP), durante el periodo comprendido entre los años 1976 a 2000, la temperatura media de los desiertos ha subido entre 0’5 y dos grados centígrados, a diferencia de los 0’45 grados que ha subido en el resto del planeta. Los efectos de invernadero están provocando sequías más intensas y más prolongadas, y que por lo tanto las precipitaciones, ya de por sí escasas, sean cada vez menos visibles.
Los desiertos más afectados son el del Kalahari en África, y el de Atacama en Chile. En ambos se puede ver cómo la vida trata de sobrevivir. Pero no son los únicos afectados. La disminución del agua está haciendo que los ríos se vayan secando, como el del Nilo en Egipto, o el Colorado en Estados Unidos. El UNEP alerta de que si no se reducen las emisiones de gases invernadero, el suministro de agua se verá muy afectado, poniendo en riesgo la salud de los habitantes de los desiertos, así como la de sus cultivos y animales.
Si se continúa sobreexplotando las aguas subterráneas, creando infraestructuras, o lugares de entrenamiento militar, podemos modificar el paisaje completamente. Pese a todo, Kaveh Zahedi, subdirector del Centro de la conservación del mundo (de la UNEP), afirma que los desiertos pueden convertirse en las centrales eléctricas de este siglo, además de servir como atrayentes turísticos, o incluso para descubrir nuevos medicamentos que puedan mejorar la vida de las personas.