En los últimos años venimos siendo testigos de unos veranos cada vez más largos y cálidos. A veces podemos tener incluso la sensación de que se combinan estaciones, hasta el punto de, especialmente en la región mediterránea, hace ya un tiempo que se acuñó el término veroño. Este cambio sin duda gustará a aquellos que no disfruten en absoluto del invierno, pero está causando muchas molestias a los que sufren de alergias.
Las plantas, al haber tan buen tiempo y durante más semanas, aprovechan y florecen. Al hacerlo, el viento se lleva consigo una, cada vez mayor, cantidad de polen. Parte de ese polen, por mucho que queramos evitarlo, acaba dentro de las narices humanas. Y algunas de ellas son muy sensibles. Lo triste de todo esto es que, debido al calentamiento global, las alergias no harán sino que dispararse.
Aunque, por supuesto, el aumento de las temperaturas no es el único responsable. La sequía y la contaminación son una parte importante del problema. Según Ángel Moral, presidente del Comité de Aerobiología de la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínia (Seaic) y alergólogo del Complejo Hospitalario de Toledo, »hay una relación directa entre la contaminación ambiental y el incremento de casos de alergia respiratoria. Las partículas eliminadas en la combustión de motores diésel y en las calefacciones crean un ambiente hostil para las plantas. Para defenderse, producen proteínas que hacen más agresivos los pólenes».
Las altas temperaturas alargan los periodos de polinización, de modo que la rinitis ya no es estacional. Pero aún hay más: debido a que cada vez llueve menos, las especies vegetales más débiles están desapareciendo. Al hacerlo, las más resistentes que son además las que más producen alergias, como la salsola, que es una hierba muy habitual en las cunetas y tierras de cultivo, las van sustituyendo.
¿Se puede hacer algo para mitigar el impacto de este incremento de las alergias? Por supuesto: plantar árboles que no den alergia, restringir el tráfico y no contaminar.