
Por primera vez, la ciencia ha logrado captar el instante exacto en el que empieza a formarse un sistema planetario fuera de nuestro entorno inmediato. Un equipo internacional de astrónomos, apoyándose en algunos de los telescopios más avanzados del mundo, ha sido capaz de observar el proceso inicial por el que los planetas surgen alrededor de una estrella todavía en plena juventud. Gracias a la colaboración entre el telescopio espacial James Webb (JWST) y el radiotelescopio ALMA, este descubrimiento sitúa la mirada en los orígenes tanto de sistemas lejanos como del nuestro propio.
El hallazgo se ha producido en torno a la estrella HOPS-315, situada a unos 1.300 años luz en la nube molecular de Orión B. Allí, los investigadores han podido distinguir las primeras señales de la aparición de minerales sólidos —una transformación esencial para la creación de planetas— en el disco protoplanetario que rodea al joven astro. Esta observación supone una especie de fotografía a nuestro «sistema solar bebé», según explican los propios autores, ya que reproduce a pequeña escala los mecanismos que hace miles de millones de años dieron lugar a la Tierra y sus compañeras.
La tecnología de última generación de James Webb y ALMA ha sido crucial para detectar y analizar estos primeros pasos de la evolución planetaria. Por un lado, el Webb ha permitido identificar tanto el monóxido de silicio (SiO) en estado gaseoso como su progresiva condensación en cristales —un claro signo de que el gas comienza a transformarse en minerales sólidos, la base de cualquier planeta rocoso—. Por otro, ALMA ha conseguido situar espacialmente estas señales justo en la región próxima a la estrella donde, según los modelos teóricos, empezarían a surgir los futuros mundos.
Un laboratorio natural para comprender el sistema solar

Lo más relevante de este descubrimiento radica en el paralelismo directo entre HOPS-315 y los orígenes del propio sistema solar. Las primeras rocas sólidas se han detectado en una franja del disco protoplanetario comparable a la distancia entre Marte y Júpiter, la región del actual cinturón de asteroides, donde se conservan los minerales más antiguos en meteoritos terrestres. Los investigadores han hallado compuestos como la forsterita y la enstatita, minerales extremadamente resistentes al calor que sólo se forman a elevadas temperaturas, superiores a los 1.300 grados kelvin.
Estas condiciones reproducen casi con exactitud las que predominaban en los primeros cien mil años de evolución del sistema solar. Según los expertos, observarlas ahora en directo fuera de nuestro vecindario estelar confirma muchos de los modelos hasta ahora deducidos sólo a partir de restos fósiles cósmicos: los meteoritos primitivos. El proceso captado muestra cómo el gas caliente en la zona interna del disco se condensa en granos sólidos, que más adelante podrán crecer hasta formar planetesimales —los ladrillos a partir de los cuales nacerán planetas como la Tierra o el núcleo de Júpiter.
Hasta este momento, las pruebas sobre el inicio de la formación planetaria se limitaban a análisis indirectos de meteoritos y vacíos en discos ya bastante evolucionados. Ahora, la posibilidad de presenciar el momento inicial “en tiempo real” representa un avance muy importante para la comprensión de la historia cósmica.
Minerales, temperaturas extremas y el “horno” donde nacen los planetas

El análisis espectroscópico del disco que rodea HOPS-315 ha revelado la existencia de una auténtica “zona horno”, donde la temperatura es lo suficientemente elevada como para transformar el polvo interestelar en vapor y, posteriormente, condensarlo en forma de pequeños cristales resistentes a temperaturas extremas.
Entre los materiales identificados figuran el monóxido de silicio, forsterita y enstatita, compuestos similares a muchos de los minerales que forman la corteza y el manto de la Tierra. Se trata de “semillas” a partir de las cuales comenzarán a agruparse partículas más grandes, en un proceso que llevará, durante cientos de miles de años, a la formación de cuerpos considerables, los primeros planetesimales del nuevo sistema planetario.
Los expertos destacan que la presencia simultánea de SiO en estado gaseoso y en estructuras sólidas indica la coexistencia de ambas fases, señal inequívoca de que el proceso de solidificación está en marcha. Además, los estudios detallan que este fenómeno tiene lugar en una franja muy concreta del disco, similar al cinturón de asteroides del sistema solar.
Una oportunidad para explorar los misterios del origen planetario
El caso de HOPS-315, según los científicos, abre la puerta a averiguar si los mecanismos que dieron lugar al sistema solar son comunes en otros rincones de la galaxia o si, por el contrario, existen diferencias importantes en los pasos iniciales de la formación planetaria. El hecho de poder comparar directamente lo observado en este nuevo sistema con los meteoritos primitivos y los registros de nuestro entorno representa un avance muy significativo.
El descubrimiento también pone de manifiesto la importancia de la colaboración internacional y la potencia de los nuevos instrumentos astronómicos, como el imponente James Webb y la red de radiotelescopios de ALMA. Gracias a estas herramientas, los astrónomos seguirán escaneando el universo en busca de otros sistemas jóvenes, lo que permitirá reunir más datos sobre el modo en el que se forjan estrellas y planetas.
Las observaciones del “nacimiento” planetario en HOPS-315 marcan un hito en la astronomía moderna y sirven como una ventana al pasado de nuestro propio sistema solar. Las similitudes detectadas refuerzan la idea de que hay reglas universales para la formación de sistemas planetarios, aunque todavía existen incógnitas por resolver. Cada avance nos acerca más a entender el proceso que llevó a la creación de la Tierra y los demás planetas que nos acompañan.