Uno de los pocos lugares prácticamente vírgenes que quedan en el planeta, el Cabo de Hornos de Chile, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 2005, se ha convertido en el nuevo centinela del cambio climático.
En una zona donde no hay casi actividad humana, donde no hay contaminación y además se encuentra lejos de las emisiones industriales, en este rincón del mundo la flora y fauna vivían sus vidas sin tener que preocuparse por nada, hasta ahora.
En el extremo austral del continente americano podemos encontrar unas de las aguas más limpias y unos de los bosques verdes más vivos del mundo. Una zona que por ahora ha conseguido escapar del rápido crecimiento de la población humana. Aquí, Ricardo Rozzi, biólogo y directo del programa de conservación Biocultural Subantártica, es donde tiene su laboratorio.
Un laboratorio natural, pues como él mismo dijo a un grupo de periodistas que lo acompañaron a recorrer la Reserva de la Biósfera Cabo de Hornos, »esto es un Jurasic Park para el Hemisferio Norte». Sin embargo, también estos paisajes han empezado a sufrir los efectos del cambio climático.
Las temperaturas poco a poco van superando los 6ºC de media que tiene esta región, provocando que el ciclo de vida de los insectos acuáticos, como las moscas negras, se adelante. A medida que este lugar se va calentando, el metabolismo de algunas especies se acelera, lo que provoca un acortamiento de su ciclo de vida. Ello a su vez tiene efectos en el ecosistema, sobretodo a las aves migratorias, quienes iban allí a alimentarse en época de eclosión de algunos insectos y que ahora se encuentran con que no tienen comida disponible.
Por otra parte, aunque es una zona protegida, los investigadores no saben si podrá resistir la invasión de especies que vienen del norte.