La hipotética existencia del llamado “planeta Nueve” sigue acaparando la atención de la comunidad astronómica internacional. Durante años, la posibilidad de que un noveno planeta masivo y lejano orbite los confines de nuestro Sistema Solar ha intrigado tanto a expertos como a aficionados, alimentando una de las búsquedas más apasionantes de la ciencia espacial reciente.
Diversos equipos han intentado encontrar señales directas de este misterioso cuerpo celeste. Ahora, avances recientes han dado un impulso significativo a las investigaciones gracias a un método alternativo de detección: buscar el calor propio del planeta en lugar de la luz solar reflejada.
Un enfoque diferente para un planeta complicado de ver

El equipo liderado por Amos Chen, de la Universidad Nacional Tsing Hua de Taiwán, ha dado un paso adelante aplicando la detección infrarroja. Utilizaron datos del telescopio espacial AKARI, de origen japonés, que destaca por su capacidad para captar señales térmicas extremadamente débiles en el rango del infrarrojo lejano. Esto supone una diferencia fundamental respecto a los telescopios ópticos tradicionales, que dependen de la luz reflejada por los objetos y son mucho menos eficaces con cuerpos tan alejados del Sol.
El supuesto planeta Nueve estaría situado entre 400 y 800 veces más lejos del Sol de lo que está la Tierra, lo que lo convierte en un auténtico desafío para los instrumentos ópticos. De existir, sería un gigante helado, con una masa estimada entre cinco y diez veces superior a la terrestre, y su tenue resplandor apenas se distinguiría entre miles de objetos lejanos y fríos.
La clave del hallazgo reside en que la emisión térmica de un objeto lejano se desvanece mucho más lentamente con la distancia que la luz reflejada. Este matiz permite que instrumentos como AKARI puedan registrar el “calor fantasma” de cuerpos que, a efectos visuales, serían prácticamente invisibles.
Identificación de dos candidatos y próximos pasos
La investigación se focalizó en una zona concreta del cielo, seleccionada tras simular digitalmente los patrones orbitales de los objetos que habitan el Cinturón de Kuiper, una región plagada de astros helados tras Neptuno. Allí, el equipo filtró cuidadosamente el ruido de fondo –como galaxias lejanas, rayos cósmicos y otras interferencias– hasta dar con dos cuerpos cuya localización y brillo térmico coinciden sorprendentemente con las predicciones teóricas para el planeta Nueve.
El procedimiento contempló analizar la posición aparente de estos objetos en diferentes días y meses. Un planeta tan distante se movería despacio en el cielo, apareciendo casi inmóvil de un día para otro, pero desplazándose de forma apreciable a lo largo de periodos prolongados. Tras meses de comparación de datos, solo dos candidatos cumplieron estos requisitos y mostraron las características infrarrojas adecuadas.
Si bien estos resultados no suponen aún una prueba definitiva –faltan observaciones independientes que descarten otras explicaciones y confirmen su naturaleza planetaria–, superan todas las evidencias anteriores y marcan el avance más sólido en la búsqueda reciente de este planeta hipotético.
Implicaciones de un hallazgo extraordinario
La confirmación de uno de estos candidatos como el verdadero planeta Nueve no solo añadiría un nuevo miembro a la familia planetaria del Sistema Solar, sino que obligaría a revisar las teorías sobre la formación de planetas y la evolución de nuestro entorno cósmico. Los científicos apuntan a la posibilidad de que este gigante lejano haya influido en la migración de otros planetas, en la dispersión del Cinturón de Kuiper y en el peculiar movimiento de muchos objetos transneptunianos.
Además, arrojaría luz sobre los posibles mecanismos que ocultan cuerpos masivos en las regiones exteriores del sistema, desvelando parte del misterio sobre la arquitectura final que adoptó tras su formación. El planeta Nueve podría ser, en cierto modo, la pieza que falta para explicar el rompecabezas orbital de muchos objetos remotos.
Pese a que el misterio no se ha resuelto por completo, el trabajo reciente demuestra que la astronomía contemporánea está cada vez más cerca de dar respuesta a una de sus grandes incógnitas. La detección del calor en el cielo marca una etapa decisiva en la caza del planeta Nueve, un enigma que, quizás en los próximos años, deje de ser solo una posibilidad y se convierta en una realidad confirmada por la ciencia.